5 mitos sobre el resfriado.

A pesar de que los resfriados son uno de los padecimientos más comunes del ser humano (o precisamente por eso), a su alrededor han proliferado toda clase de mitos que, por mucho que se insista con la evidencia científica, siguen repitiéndose machaconamente.

Sirva esta relación de los cinco mitos más comunes para reducir un poco más su poder memético, ya que su propagación vírica es casi inevitable.

1. El frío no influye directamente en los resfriados


A pesar de que nos digan lo de “abrígate que hace frío y te puedes resfriar”, lo cierto es que el frío no está implicado directamente en el contagio vírico de un resfriado. A decir verdad, a los virus no les gustan nada los ambientes fríos.

El hecho de que se produzcan más resfriados en invierno, pues, responde a motivos secundarios que, eso sí, están motivados por la bajada de temperaturas. Todavía no se conocen todos los motivos, pero se barajan algunas hipótesis.

La primera es que el frío propicia que nos encerremos con más facilidad en estancias calientes y mal ventiladas, lo que provoca que entre nosotros nos contagiemos más fácilmente (de hecho, siempre estamos respirando virus, y uno sólo se contagia cuando el virus consigue derribar las murallas numantinas de nuestras defensas o cuando inhalamos más cantidad de virus de lo normal).

La segunda tiene que ver con los mocos. Es en los mocos donde los virus se quedan enganchados en su gran mayoría, y ese moco fluido es expulsado al exterior mediante una especie de “pelos” que hay en las células de la tráquea llamados cilios. El movimiento de estos cilios es lo que provoca que el moco se mueva hacia arriba, hasta que llega al cuello y nos los tragamos, así los virus enganchados en el moco acaban digeridos por el ácido del estómago.

Sin embargo, por culpa del frío, el movimiento de estos cilios se torna más lento, de modo que el moco se mueve más despacio y el virus del resfriado dispone de más tiempo para llegar a la superficie de las células. Entonces algunos de ellos consiguen hacer copias de sí mismos e iniciar la infección.

2. Los antibióticos no sirven

Cuando estamos resfriados, lo más efectivo es estar abrigados y hacer reposo. Al ser producido por un virus, el resfriado es inmune a los antibióticos (sólo atacan a las bacterias), y al existir tantos tipos diferentes de virus, las vacunas tampoco son efectivas.

Es común que la gente confunda los virus y las bacterias, o los considere prácticamente lo mismo: microorganismos que causan enfermedades. Pero las diferencias entre los virus y las bacterias son enormes. Las bacterias se parecen, de hecho, más a un ser humano que a un virus: pueden tener muchos tamaños y formas, pero siempre tienen unas características comunes, como una membrana celular que las aísla del exterior; y en su interior hay ADN y una maquinaria para fabricar las sustancias que produce la bacteria.

Los virus, por el contrario, no tienen membranas, no tienen maquinaria, no tienen casi nada de nada. Únicamente un fragmento de ADN (a veces es ARN) y unas proteínas que lo envuelven. Son como jeringuillas andantes: flotando en el medio, encuentran una membrana celular, introduce su ADN en la célula y ésta acaba por seguir las instrucciones del ADN del virus, como si hubiera sido vampirizada (generalmente, la instrucción principal suele ser “fabrica más virus como yo).

Por sí solos, el virus, al no ser prácticamente nada, es difícil atacarlo, pues no podemos interferir en su metabolismo (no tiene), no podemos romper sus membranas (no tiene)… ni siquiera podemos matarlo porque ni siquiera podemos considerar que esté “vivo” (como los vampiros). Por eso los antibióticos nada pueden hacer con los virus.


3. La vitamina C no cura el resfriado
Este mito tiene un origen curioso, porque procede de una autoridad tan respetada como Linus Pauling, Premio Nobel de Química. Sin embargo, todos los estudios que se han hecho posteriormente sugieren que Pauling andaba equivocado: la vitamina C no sirve para tratar el resfriado. Ni siquiera contribuye a mejorar los síntomas.

Lo que hace la vitamina C es combatir otras enfermedades, como el escorbuto, que es una enfermedad que provoca que sangren las encías o que las heridas no cicatricen.

Bien lo sabían los marineros (que viajaban largo tiempo manteniendo una dieta deplorable), hasta que un médico inglés, James Lind, se dio cuenta que bastaba con añadir zumo de lima a la dieta de los marineros para prevenir el escorbuto. Los marineros también tuvieron que darse cuenta de que la estrella Polar no es la más brillante del cielo nocturno, pero eso ya es otra historia de la que podéis leer más extensamente en este artículo.

Así pues, a pesar de las bondades de la vitamina C, no es útil para el resfriado, aunque nos apetezca mucho tomar un zumo de naranja cuando estamos enfermos.

A este respecto, también aprovecho para desmontar otro mito en relación a los suplemento vitamínicos o alimentos funcionales que prometen una dosis extra de vitamina C: en el Primer Mundo es muy difícil que una persona normal y sana tenga déficit de vitaminas en su dieta habitual. Salvo en casos de determinadas enfermedades o embarazos es necesario tomar un suplemento vitamínico.

4. Resfriado y gripe no son lo mismo

Existen más de 200 virus conocidos que generan un resfriado, que se caracteriza por mucosidad, estornudos y una duración de 3 a 10 días. La gripe, sin embargo, es una enfermedad diferente, y puede provocar daños irreparables o incluso la muerte si no se trata convenientemente.

5. Hay que beber muchos líquidos
No hay pruebas científicas de que beber más líquidos cuando estamos resfriados permita curarnos antes. El problema es que muchas personas, sobre todo mayores, tienden a beber pocos líquidos, y no está de más recordarles que hagan el esfuerzo de beber más. Pero una persona normal generalmente bebe lo adecuado.

Un nivel correcto de hidratación ayuda al proceso natural de fluidificar las secreciones mucosas, y por tanto de extraer más rápidamente el virus del resfriado.

Pero hay que tener en cuenta que en nuestra dieta ya hay mucha agua: incluso un trozo de carne o un filete de pescado tienen una cantidad de agua sorprendente. Incluso un trozo de pan tiene agua. Beber mucha más agua de la que reclama nuestro organismo, pues, no hará que luzcamos una piel más bonita o que favorezca la eliminación de toxinas: es precisamente no beber cuando se tiene sed lo que provoca estos síntomas.


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