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Las máquinas de escribir que dieron vida a James Bond, Alicia, El Sr de los anillos y otros grandes personajes.

Arthur Miller y la "Smith-Corona " 

El dramaturgo y guionista Arthur Miller, conocido por obras como El Crisol o Muerte de un viajante compró una Smith-Corona de segunda mano a finales de los años '30. Cuando alcanzó la fama, adquirió una Royal y ya su última obra la escribió mirando la pantalla de un ordenador IBM. La información se ha extraído del libro Arthur Miller: His Life and Work, de Martin Gottfried, citado en la web http://site.xavier.edu/polt/typewriters/typers.html
Imagen de la máquina de escribir del usuario de flickr Mpclemens

El escritor de ciencia ficción Ray Bradbury 

autor de obras como Crónicas Marcianas o Farenheit 451 utilizó para dar vida a sus obras la Royal KMM y la IBM Selectric (en la imagen, fotografía extraída del usuario de flikr lodefink)Fuente: http://site.xavier.edu/

Charles Bukowsky, George Burns y Truman Capote 

tenían una Royal HH Charles Bukowsky, George Burns o Truman Capote dieron forma a su ingenio gracias a la Royal HH (imagen de Mpclemens)Fuente: http://site.xavier.edu/

John Cheever 

fue un autor de relatos y novelista estadounidense, frecuentemente llamado el "Chejov de los barrios residenciales". El escritor usó para dar forma a sus obras Olivetti Lettera. (Imagen de la máquina de escribir de Burgwinkel)Fuente: http://site.xavier.edu/

Donald Westlake 

con una Smith-Corona Donald Westlake, escritor de novelas de misterio, utilizó varios pseudónimos como Richard Stark, Tucker Coe o Samuel Holt. El autor usó para escribir sus obras una Smith-Corona (Imagen de la máquina de escribir de burgwinkel)Fuente: http://site.xavier.edu/

William Faulkner, Underwood Universal Portable 

El genial narrador y poeta estadounidense utilizó para dar forma a sus obras la máquina Underwood Universal Portable. Es considerado uno de los creadores de ficción más importantes de las letras del siglo XX, a la altura de Marcel Proust, Franz Kafka y James Joyce. Su influencia en la literatura radica tanto en aspectos técnicos como temáticos. El autor influiría en gran medida en autores posteriores en español, como Juan Rulfo o Mario Vargas Llosa.Fuente: http://site.xavier.edu/

Stanislaw Lem usó una Remington 

El autor de obras de ciencia ficción como Fluyan sus lágrimas dijo el Policía o Solaris utilizó una Remington noiseless portable (Imagen Mpclemens)

Franz Kafka 

La máquina que dio forma a la obra del genio de Franz Kafka fue una Oliver 5 (imagen tomada de http://www.typewriter.be/) La obra del autor está considerada como una de las más influyentes de la literatura universal.Fuente: http://site.xavier.edu/

Ian Flemming con la Triumph Gabriele 

El autor y periodista británico Ian Flemming dio vida a James Bond gracias a una "Triumph Gabriele".Fuente: http://site.xavier.edu/

John Irving con la IBM Selectric 

El escritor y guionista estuvo durante varios años utilizando una IBM Selectric tal y como la que aparece en la imagen (Fotografía de burgwinkel)Fuente: http://site.xavier.edu/

Jean-Louis Kerouac y su Underwood 

Jean-Louis Kerouac novelista y poeta estadounidense, integrante de la 'Generación Beat' cuya obra cumbre fue En el camino que se dice que se escribió en un solo rollo mecanografiado con una Underwood (Imagen de khanele)Fuente: http://site.xavier.edu/

Lewis Carroll con la Hammond no. 1 

Fue lógico, matemático, fotógrafo pero sobre todo se le conoce por haber dado luz a Alicia en el de las maravillas. La máquina que utilizó para ello fue una 'Hammond nº1' (Imagen de walkingsf)Fuente http://site.xavier.edu/

Paul Auster y J.G. Ballard usaron una Olympia SM 9 

J.G. Ballard y Paul Auster han utilizado para sus escritos una Olympia SM 9 (imagen de mpclemens). El último llegó incluso a dedicar un libro a su 'Olympia'Fuente: http://site.xavier.edu/

George Perec y la Underwook George 

Perec autor francés de obras como Las cosas, El secuestro o La vida instrucciones de uso, utilizó tres máquinas de escribir a lo largo de su vida, una de ellas fue la Underwood (Imagen de Jasonsamson)Fuente: site.xavier.edu/

Philiph Roth y la Olivetti Lettera 

Philip Milton Roth es autor de obras como El mal de Portnoy (1969), y su «trilogía americana», publicada en los años 1990, compuesta por las novelas Pastoral americana (1997), ganadora del Pulitzer, Me casé con un comunista (1998), y La mancha humana (2000). El escritor utilizaba una Olivetti Lettera (Imagen de mpclemens)

J.R.R. Tolkien y Mark Twain utilizaron la Hammond 

J.R.R. Tolkien y Mark Twain dieron vida a sus obras gracias a las teclas de una Hammond nº2 (Imagen de Michaelpollak)

José Saramago y la Hermes 2000 

El escritor portugués José Saramago, autor de obras como Ensayo sobre la ceguera o El evangelio según Jesucristo, dio vida a sus personajes gracias a la Hermes 2000.



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El barbero (Cuento)

Desde el primero momento comprendí que aquél era el hombre que había buscado inútilmente durante las últimas semanas. Le descubrí apoyado en la puerta de su humilde barbería, observando con avidez a todos los peatones que pasaban por delante.

No me anduve con rodeos. Fue como uno de esos flechazos en los que sobran las palabras y promesas fútiles. Entré en la barbería, me senté sin vacilar en el único sillón y le pedí que me afeitase. Me dispuse a soportar el trance con la mayor dignidad posible. El hombrecito me pasó la yema de los dedos por la cara, reconociéndome la piel, y ni siquiera protesté cuando, en su suprema miopía, me enjabonó también la frente.

-Usted no había estado nunca aquí -observó, pasando la gran navaja por el asentador.
-¿Cómo puede saberlo? -le pregunté, temiendo que no fuese tan miope como daban a entender los gruesos cristales de sus gafas y su escasa pericia con la brocha-. ¿Es usted capaz de distinguir mis facciones?
-Conozco a todos mis clientes por la piel -respondió, ufanándose de su capacidad táctil.
-Tiene usted razón -reconocí-. Es la primera vez que entro en esta barbería. No soy de este barrio, vivo en el otro extremo de la ciudad y cada mañana me afeito en una barbería distinta.
-Me parece estupendo que un caballero tan distinguido como usted deposite su confianza en fígaros desconocidos -dijo el hombrecito, sin dejar de afilar la navaja-. Sobre todo cuando son como yo, insuperablemente miopes.
-Lo malo es que hasta hoy esos barberos ignotos me han defraudado siempre -suspiré.
-Ya -susurró el hombrecito, comprendiendo sin duda el alcance de mi observación-. Sin embargo tiene usted bastantes granos.
-Así es -reconocí.
-A cierta edad, la piel se convulsiona -dijo-. Es una regla de tres que no falla nunca.
-Para mí pasó ya la época de las convulsiones -observé tristemente- y creo que ése es uno de mis grandes problemas.
-Lo que quiero decirle -puntualizó- es que cada uno de esos granos, en cierto modo, podría constituir una gran excusa.
-Eso es lo que yo pienso -susurré.

La navaja se llevó el primer grano por delante y la herida empezó a sangrar, pero no por eso abrí los ojos.

-No voy a animarle -le dije-, pero tampoco pienso pedirle que se ande con más cuidado.
-¿Podría usted creerme -exclamó el hombrecito, agrandando la herida con la punta de la navaja- si le dijese que no puedo resistir la vista de la sangre?
-Le creo -susurré, apretando los dientes.
-¿Qué le parece, pues, si continuamos? -me preguntó, echándome todo el aliento a la cara.
-Adelante -musité.
-Creo que usted y yo tendríamos una buena excusa -observó-. Usted es un hombre desesperado, sin valor para suicidarse, y yo soy el barbero más miope del mundo. No nos faltan circunstancias atenuantes. Usted, además, no me guardaría rencor.
-No -le tranquilicé-, no se lo guardaría. Así que acabe usted lo que ha empezado.

El hombrecito resopló obscenamente por la nariz y me palpó el cuello, buscándome sin duda la yugular. Fue a descargar el golpe definitivo, pero en aquel preciso instante entró en la barbería otro cliente, frustrando todos nuestros planes.

-Vuelva usted mañana -me susurró al oído el barbero, después de restañarme las heridas y dejándome a medio afeitar-. Mañana estaremos solos.

Pero al día siguiente, lo que son las cosas, no tuve ya valor suficiente para volver. De haber vuelto, obviamente no hubiera podido contarles esta historia.




El autor
JAVIER TOMEO nació en España en 1932. Se licenció en Derecho y Criminología en la Universidad de Barcelona. Autor de novelas y relatos, a partir de los años 80 es considerado uno de los mejores cuentistas de las letras españolas. Entre sus novelas pueden citarse Amado monstruo, Preparativos de viaje, El castillo de la carta cifrada. Entre sus recopilaciones de cuentos figuran Bestiario, Los nuevos inquisidores y Problemas oculares, al que pertenece el aquí incluido, y que cumple al pie de la letra con su título. En 2012 se reunieron sus Cuentos completos.




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Libros muy conocidos que ¡jamás se escribieron!

La biblioteca de Sherlock Holmes

Una de las bibliotecas imaginarias más famosas está en Londres, en el 221 B de Baker Street, donde residía Sherlock Holmes, el detective de ficción creado por Arthur Conan Doyle. Holmes (según los relatos de Doyle) empleaba su tiempo libre en tocar el violín, en dormitar bajo los efectos de la morfina, y en escribir tratados en los que compilaba su sabiduría. Entre las obras supuestamente escritas por el detective figuran títulos como El arte de las pesquisas, Sobre las diferencias entre las cenizas de diversos tabacos, La utilidad de los perros en el trabajo del detective y Acerca de la escritura críptica. Ninguno de estos libros existe, pero, de haber sido reales, hoy serían clásicos de la criminología.

Libros 'sucios'

François Rabelais (1494-1553) usó en su obra Gargantúa y Pantagruel los libros imaginarios para satirizar las costumbres de su época. Así, Pantagruel leía volúmenes de nombre y contenidos tan curiosos como Ars honeste petandi in societate, que supuestamente trataba sobre el modo correcto de tirarse ventosidades en público, De modo cacandi, que eleva a la categoría de arte una actividad fisiológica tan común como es aflojar el esfínter, y Campi clysteriorum, ficticio manual para enseñar a poner supositorios.

El catálogo de John Donne

Aunque parezca extraño, estas bromas literarias eran bastante habituales. Ya en 1650, el poeta británico John Donne publicó un catálogo similar, que tituló "Catalogus librorum aulicorum incomparabilium et non vendibilium", y formado por treinta y cuatro volúmenes imaginarios atribuidos a autores célebres (como Pitágoras) y con tÌtulos tan apetecibles como "Propuesta para la eliminación de la partícula no de los Diez Mandamientos", supuestamente escrito por el padre del protestantismo, Martín Lutero. Cómo se aprecia, la imaginación no escaseaba en aquellos tiempos.

El catálogo del conde Fortsas

En 1840 comenzó a circular por las librerías de Bélgica y Francia un catálogo formado por cincuenta y dos incunables literarios, que incluía obras atribuidas a Cicerón. Aquel tesoro (el sueño de todo coleccionista) provenía de la biblioteca del conde J. N. A Fortsas, e iba a subastarse el 10 de agosto en el despacho del notario de Binche, una pequeña y apacible localidad belga. Llegó el dÌa, y un buen número de libreros y coleccionistas de toda índole se dieron cita en Binche. Pero cuál no sería su sorpresa al descubrir que en el pueblo no vivía notario alguno, y que nadie había oído hablar de una subasta. Todo había sido una broma pesada organizada por el comandante Renier-Hubert Ghislai Chalon, un militar retirado, aficionado a tomarle el pelo a todo el mundo, y cuya imaginación habÌa alumbrado todos los tÌtulos, y el contenido de los libros, del ficticio catálogo.

El Necronomicón
De haber existido, el Necronomicón sería el best-seller de los libros jamás escritos. Encuadernado en piel humana y escrito con sangre, el Necronomicón era un supuesto códice ocultista para invocar a los primordiales, entidades demoníacaón del ser humano. El ficticio autor de tan macabra obra era Abdul Alhazred, un árabe del siglo XII, que enloqueció tras pasar cuatro años vagando por unas cuevas subterráneas, donde se supone que habÌa descubierto la existencia de ìlos primordiales. La primera persona que mencionó el Necronomicón fue el escritor Howard Philip Lovecraft en su relato "El sabueso", publicado en 1922. Las referencias a este libro blasfemo y maldito (con la facultad de enloquecer a todo desdichado que osara leerlo) fueron constantes en la obra del escritor de Providence. Constantes y minuciosas, ya que Lovecraft llegó incluso a escribir la cronología del Necronomicón, en la que detalló cómo, a través de los siglos, fue pasando por las manos de diversos personajes (monjes, traductores, coleccionistas...) hasta acabar desapareciendo misteriosamente. Como era de esperar, los rastreadores de rarezas se pusieron tras la pista del libro. Una pista que no conducía a ninguna parte, ya que, como el propio Lovecraft confesó en 1943 en una carta a su editor, el libro blasfemo no existía; era una invención suya, para darle credibilidad a sus relatos terroríficos. Pero la confesión del propio Lovecraft no sirvió para poner fin a la leyenda, ya que muchos aficionados a la literatura de terror siguieron creyendo en la existencia del libro. Jorge Luis Borges confesó cómo con dieciséis años, fascinado por la obra de Lovecraft, recorrió las bibliotecas de Buenos Aires buscando el libro maldito? Lógicamente, no lo encontró; pero, ya que no pudo volver a su casa con un libro de recetas mágicas, lo hizo con otro de recetas de cocina, para que la salida no hubiera sido en vano. La anécdota de Borges ejemplifica la fascinación que el "Necronomicón" ha ejercido y ejerce sobre miles de lectores. Fascinación que compartió René Chalbaud, catedá·tico de Literatura de La Sorbona de París, a quien en 1971 casi le dio un síncope cuando en la biblioteca de la Universidad encontró una amarillenta ficha que indicaba que existía un ejemplar del libro entre los fondos sin clasificar. La noticia corrió como la pólvora, y a la Universidad acudieron decenas de investigadores atraídos por el hallazgo, como moscas a la miel. Debió ser divertido ver la expresión de sus rostros cuando descubrieron que todo había sido una broma de un alumno con ganas de burlarse de sus mayores.

Juegos borgianos
Ya sea como ejercicio creativo, o para tomarle el pelo a sus contemporáneos, el inventarse libros que nunca han existido es un juego culto que practican muchos escritores, y que crece gracias a la rumorología. Así, se lleva años hablando del manuscrito de la novela que el mexicano Juan Rulfo supuestamente escribió después de "Pedro Páramo", y autores como Umberto Eco han usado con frecuencia en sus obras los libros imaginarios, como las inexistentes obras del ficticio Adeonato Lampustri en "El péndulo de Foucault". Pero en el arte de inventarse libros inexistentes nadie le gana la partida a Jorge Luis Borges. Como ya se dijo, en su juventud el autor argentino creyó en la existencia del Necronomicón; pues bien, con los años se tomó cumplida revancha al crear un género que algunos expertos han bautizado como ìliteratura virtual, con libros como "Examen de la obra de Herbert Quain", y "Pierre Menard, autor del Quijote", en las que el escritor analiza las obras inexistentes de unos autores a su vez inexistentes. ¿Se puede rizar el rizo? SÌ, y lo hizo el propio Borges, recurriendo al testimonio cómplice de otro autor que se prestó al juego, Bioy Casares. Entre ambos se inventaron a un escritor, H. Bustos Domecq, y se tomaron la libertad de escribirle varios libros. ¿El resultado? Los lectores creyeron en la existencia de dicho autor y se acercaron a las librerías en busca de más obras de Bustos Domecq. Borges habÌa llevado el arte de crear libros imaginarios a su máxima expresión.

Las estancias de dzyan

¿A alguien le gustaría leer un libro escrito en Venus? Que no lo busque en ninguna librería ni biblioteca, porque no lo encontrar·, ya que se trata de otra de las grandes imposturas de la historia de la Literatura. "Las estancias de Dzyan" es, supuestamente, un texto escrito y encriptado por seres interestalares, un compendio de conocimientos cuya revelación, se dice, destruiría los pilares de nuestra civilización. Semejante libro fue una invención de Emile Boit Bailley un poeta francés de finales del XVII aficionado al ocultismo. Al igual que siglos después hizo Lovecraft, Bailley se inventó este libro para dar veracidad a sus ficciones; más aún: introdujo la posibilidad de que bajo la cordillera del Himalaya existiera una cripta subterránea donde un grupo de maestros de la sabiduría custodiaban una biblioteca repleta de libros prohibidos. Un relato de ciencia ficción en cuya veracidad creyó mucha gente. Pero la persona que más hizo por la causa de dar veracidad a este libro imaginario es Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891), personaje muy popular en la Europa de finales del XIX gracias a sus presuntos poderes mentales. Madame Blavatsky actuaba en circos y teatros, y conseguía llenos absolutos merced a números tan espectaculares como incendiar objetos con la mirada y hacer levitar a una persona con sólo levantar la mano. Según ella, sus poderes eran auténticos, y los había adquirido en la India estudiando "Las estancias de Dzyan". Madame Blavatsky explotó aquella historia hasta la náusea, asegurando que su vida estaba amenazada por personajes poderosos que pretendían arrebatarle su libro. El destino le echó una mano en su impostura, ya que, en 1870, naufragó en Suez el barco en que ella viajaba, y la vidente aseguró que el accidente había sido provocado. Y en 1871, mientras actuaba en Londres, sufrió un atentado: un hombre le disparó con una pistola. Ella salió ilesa, pero el agresor aseguró que habÌa actuado como un autómata, impelido por una fuerza telepática. Meses después, un amigo de la vidente, el coronel Henry Coll, declaró que había sido un montaje de Madame Blavatsky para darse publicidad. La psíquica falleció en París, en 1891. Sus seguidores buscaron entre sus pertenencias algún rastro del mÌtico libro, pero no lo encontraron. ¿Tal vez porque nunca existió?


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