Palabras que, innecesariamente, hemos adoptado del inglés.

Paralelamente a la preeminencia internacional de los Estados Unidos, el diccionario español se ha ido llenando anglicismos, términos que definían conceptos aún inexistentes en nuestro modo de vida y que supusieron un soplo de aire fresco al lenguaje: club, beicon, OK, póster, líder, sándwich, pub… En cambio, hay otras muchas palabras del inglés que al incorporarlas innecesariamente al castellano, han arrinconado a las originales y las están condenando a morir en el cajón de la abuela. Demasiado snob es lo que hay.

Jeans: los vaqueros de toda la vida, creados por don Levi Strauss allá por 1872 en Estados Unidos. Si bien es cierto que hasta ahora los hemos conocido como los míticos “vaqueros”, cada vez más se lee y escucha el término jeans en los espacios de moda. Y es que en este mundillo existe una creciente tendencia a usar anglicismos, ya que al parecer, es lo más trendy: sweater en lugar de sudadera, leggins en lugar de mallas, blazer en lugar de americana, boxer en lugar de calzoncillo, trench en lugar de trenca, shorts en lugar de pantalones cortos (o muy cortos), etc. Así todo queda más
cool.

No es de extrañar que nuestras madres necesiten ir de compras (en la calle u on line… en línea) con el diccionario en mano, mientras que en cada tienda se preguntan una y otra vez por qué sustituyen los nombres.

El mundo de la gastronomía tampoco se escapa de los anglicismos innecesarios. Hemos acogido gustosamente al kétchup, el cóctel, el bacon y el brownie, pero han aparecido otros términos que parece que han entrado en conflicto con sus hermanos españoles.

Por ejemplo, hacer un lunch, que suena tan cool, no deja de ser un almuerzo ligero; pero parece que usar el término inglés le da un aire más sofisticado y nos hace sentir más ciudadanos del mundo.

Un bol –o bowl- siempre ha sido, y será, un tazón de toda la vida. O cuenco, si queremos referiros a los de mayor tamaño. Y un plum cake, no es más que una tarta de ciruela corriente y moliente. De modo que cualquier cosa convertida en cake (cake de manzana, cake de melocotón, cake de coco…), no deja de ser una tarta o un pastel, más o menos sabroso, pero nada más allá de su exótico nombre.

Muffin vs. Magdalena. ¿Son lo mismo? ¿Dónde está la barrera que separa ambas? Para muchos un los muffins no dejan de ser magdalenas, más evolucionadas en algunos casos por su amplia variedad de sabores e ingredientes, pero, en esencia, son magdalenas (los reposteros puristas tienen permiso para discrepar).

En los negocios, o los business, en cuanto más internacional seas y más te conozcan, mejor te irán las cosas. Por eso, hay muchas palabras de la jerga empresarial que es cada vez más común oír en inglés y se están colando sigilosamente y como quien no quiere la cosa en el castellano, obligando a echar mano del diccionario a más de uno. Sin ir más lejos, los CEOs (chief executive officer) de las empresas no son más que directores ejecutivos; y los famosos freelancers, trabajadores por cuenta propia o autónomos de toda la vida. Pero claro, queda más cool que en tu tarjeta de visita ponga “fotógrafo freelance” que “fotógrafo autónomo”.

La traducción literal y directa de workshop, palabreja muchas veces casi impronunciable para los paganos, es taller. ¿Por qué no decir, simplemente taller? Y cuando hablamos de sponsors, nos referimos a los patrocinadores, ni más ni menos.

La lista puede ser interminable y objeto, sin duda, de toda una tesis doctoral. Mientras tanto, estos impostores arrinconan a nuestras queridas magdalenas, talleres, directores ejecutivos, vaqueros, tartas, picoteos, tazones, pantalones cortos y demás, a la espera de que el paso del tiempo las borre de nuestros labios para siempre.



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