Se busca "gente fea", para avisos comerciales.

Los avisos comerciales mienten. O mentían.
Las publicidades de golf son las peores. ¿Una sonrisa de oreja a oreja después de perder once bolas y terminar con 30 golpes sobre el par? Es imposible que un golfista real se vea tan feliz.

Las de vacaciones en la playa no son mucho mejores. Cuerpos esculturales y perfectamente bronceados. Nada de celulitis.

Familias enteras falazmente felices pasando un tiempo asombroso a un precio irrisorio sin el menor atisbo de disfunción, falta de armonía o diarrea.

Parejas que se miran anonadadas y caminan por la playa bajo la luna caribeña sin el menor signo de las travesuras que ella cometió con el empleado del hotel el día anterior.

Y los cruceros: foto tras foto de caras sonrientes disfrutando del mejor momento de sus vidas. Nadie está mareado o encerrado en su camarote. Nada de registros de la familia refunfuñando y preguntándose el uno al otro: “¿Por qué viniste en este crucero?

“Porque soy fácilmente engañado por los avisos publicitarios”.

La realidad es que ningún comercial puede comunicar de qué se tratan unas vacaciones verdaderas y todas las frustraciones que acarraen.

Y es previsible.

Pero hay algunos signos de que así como los viajantes desciframos las estrategias del marketing, los trabajadores de esta industria se ponen creativos para seguir convenciéndonos.

Ser feo es lo que está de moda
Soy socio honorario del “Club de Feos del Mundo”. Recibí la distinción en el lugar más feo del mundo, tal como lo presentan sus pobladores.

El Club dei Buitti tiene sede en Piobbico, Italia. Cuenta con unos 30 mil miembros alrededor del mundo y organiza un festival de personas feas todos los años.

Piobicco hoy está en el mapa del mundo. Ser feo es su producto. Se promociona como el lugar en el que los feos pueden sentirse a gusto.

Es efectivo. Las horribles hordas de gente llegan cada año impulsando el turismo y dinamitando los estándares de belleza.

Funciona porque es algo diferente y gracioso. Y verdadero.

El hotel Hans Brinker en Amsterdan se enorgullece “de llevar 40 años decepcionando turistas”.

Sus sucias habitaciones tienen reservas con meses de anticipación por su absoluta honestidad, ingenio e hipérboles negativas que rozan lo caricaturesco.

Su lema es: “No podemos ser peores aunque damos lo mejor de nosotros”.

No se responsabiliza por gastroenteritis, crisis nerviosas o pérdida de extremidades.

¿Es marketing inteligente? ¿O la simple verdad que atrae a viajeros con poco presupuesto y poca exigencia?

Seguramente se trate de ambas premisas.

¿Qué están publicitando?
Ser bombardeados permanentemente por senos perfectos y hombres esculturales es algo que me golpea.

Los avisos de cruceros no logran que reserve un viaje. Logran que tenga ganas de arreglarme la dentadura.
Estudios recientes sugieren que ya no creemos en las publicidades que muestran a famosos, particularmente las de productos de belleza. ¿El antes y el después de Scarlett Johannson? No lo creo.

Una encuesta también reveló que el 78% de los televidentes cree que los avisos de laxantes muestran a profesionales actuando estar constipados.

Ya es momento de que los comerciales utilicen a personas normales con cuerpos y expresiones faciales acordes a la realidad. Personas no tan felices. Personas no tan fotogénicas.

La gente de marketing tiene que descartar los superlativos y la venta exagerada del concepto paraíso.

Como me dijo un amigo del Club de Feos: “Los feos nos debemos unir para imponernos. Somos mejores y más fuertes que los bellos. Y somos muchos más”.

No exageren. Busquen la cruel verdad. Democraticen. No idealicen. Digan las cosas tal como son. Y muéstrenlas así.

Sean reales.


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